viernes, 7 de noviembre de 2008

Edificación lucense

Me resulta curioso recordar estos días a un pariente lejano, en el sentido tradicional de la expresión, pero muy próximo y apreciado en el aspecto sentimental del término. Me refiero al tío Evaristo que era, más o menos, tío abuelo de mi madre. Entonces, en nuestra familia lucense, Evaristo y todos los lejanos parientes eran tan próximos que hoy, aquella forma de relación, resultaría sorprendente. Recuerdo, cuando tenía una edad cercana a los cinco años, las visitas que se le hacían a su comercio de piezas de repuesto de automóviles y camiones. Se hallaba en una de aquellas casas de aspecto horrible que envolvían a la Muralla Romana, más o menos frente al edificio actualmente ocupado por los sindicatos. Recuerdo su voz con gallitos, lo que me sorprende, y algo mucho más impactante para mí: su generosidad. Me regalaba algo que impresionaba a todos mis amigos cuando regresaba a mi pueblo: canicas de acero sacadas de las cajas de bolas. Con ellas, en ocasiones, lograba romper durante los juegos las canicas de barro, arcilla, que usaban normalmente mis competidores. Las de cristal eran poco frecuentes y muy bonitas, pero también frágiles.
Estos recuerdos del siglo pasado- expresión que se ha quedado fuera de lugar, faltan años para que recupere su sentido- me surgieron hace unos días paseando por el adarve de la nueva y antigua Muralla Romana hoy, afortunadamente, sin edificios adosados a su cara exterior. Resulta en muchos aspectos encantador el caminar por la Muralla. Uno lo hace al ritmo que le apetece, no cruza pasos de peatones y no pisa asfalto sino zahorra, que es mucho más agradable.
Lamentablemente, el paisaje urbano que se observa no es demasiado hermoso en todas partes. Se disfruta observando los magníficos magnolios del jardín del edificio de la Diputación Provincial y se ilusiona pensando en el aspecto que presentará el barrio de La Tinería dentro de poco tiempo. Claro, tampoco es fácil no entristecerse al ver almacenes adosados o a cierta distancia del interior de la muralla, o las fachadas de algunos edificios más o menos recientes en el exterior de la ronda.

Lo que resulta inexplicable es que, de repente y de modo inesperado, cuando uno alcanza la fachada de La Catedral se encuentra con una nueva construcción que parece un castigo a la ciudad de Lugo. Castigo de tal magnitud que es imposible no preguntarse qué daños hemos cometido los ciudadanos que nos haga merecedores de una venganza de este calibre. Entre La Catedral y La Muralla, tan próximas, se construye una caja urbana cuya horrible fachada la forman placas de piedra cortadas por máquinas. Resultan estas piedras muy útiles, prácticas, duraderas e incluso estéticas para edificios modernos. En este nuevo edificio chapuza cuya construcción, supuestamente, debe estar protegida por la Consellería de Cultura, se ha decidido un diseño adecuado para la Segunda Ronda, pero incompatible con el interior de La Muralla.
Olvidémonos de la Consellería, que se limitará a atender cuestiones lingüísticas, y pensemos en el Colegio de Arquitectos.
Señoras/es arquitectos, expliquen a los ciudadanos las razones que justifican esta construcción y que a muchas personas nos hace echar de menos a los antiguos Maestros de Obras.




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